Ushuaia 1976
El cielo estaba rojizo aun cuando salí del antiguo Hotel Las Goletas, la bahía calma y el viejo Ictus un remolcador de unos 40 metros de eslora que se encontraba varado quien sabe hacia cuanto tiempo, fueron mis únicos testigos la mañana que realizaría mi primer buceo para la Compania Pesquera Lapataia, en el entonces Territorio Nacional de la Tierra del Fuego Antártida e Islas del Atlántico Sud.
Llevaba solo unos meses en Ushuaia , había hecho una inmersión en el
archipiélago cormoranes en apnea y con mi equipo de neoprene de
3/16 pulgadas que resulto muy insuficiente para las heladas aguas,
pero mis ojos observaban el fondo desde la orilla y no pude negarme a
correr el riesgo.
Siempre había entrenado en aguas oscuras, la increíble visibilidad de
esas aguas me atraía como el canto de las sirenas . El resultado fue
maravilloso, mientras apenas podía contener el temblor de mi cuerpo
observaba colonias de erizos negros, cholgas y mejillones entre las
rocas, estrellas violetas y rojas de un tamaño que jamas había visto,
grandes caracoles marrones, algas y cangrejos. Todo era nuevo para
mi pero el frio era insoportable, aun para mis veinte años y salí del
agua junto al fuego que mi fiel amigo había encendido para calentarnos.
Mi inexperiencia hizo que acercara mis manos congeladas al fuego,
un intenso dolor sobrevino a las articulaciones de mis dedos, que parecían
retorcerse, a gatas podía mover mis manos, con el entusiasmo no le
había dado importancia a la carencia de guantes y estaba pagando el precio.
Con paso tranquilo empece a recorrer las pocas cuadras que separaban mi Hotel del puerto, allí me esperaba el Angel B un barco centollero de pesca y arrastre con el que saldríamos a buscar un banco de cholgas en el Canal de Beagle. Era temprano aún, la ansiedad no me había dado una noche serena, y el frio de la mañana empujaba mi paso.
A diferencia de la Ciudad, el puerto era todo actividad, los pescadores trajinaban con sus trampas en cubierta, adujando cabos, soltando amarras. El Angel B se recortaba en el muelle sur sobre la silueta de las Islas Bridges y la Isla Navarino al otro lado del canal. No era un gran barco, pero su figura resaltaba entre los botes pesqueros convencionales. Pintado íntegramente de amarillo y con dos cubiertas era ciertamente el mas fácil de hallar.
Con apenas una muda de ropa en un bolsito abordé por la planchada y me dirigí al puente de mando , el Patrón (Nombre dado al Capitán en estas latitudes) me esperaba con una taza de café humeante y las instrucciones para lo que me esperaba.
No había mucho que explicar, navegaríamos un par horas, los marineros arrojarían las trampas y luego iríamos por las cholgas. Loncón será su ayudante de borda, me dijo, hable con el, es el del gorro negro.
Salí a cubierta cuando soltaban amarras, las tareas habían culminado ya, y los marinos fumaban o descansaban sobre las enormes jaulas amontonadas en cubierta. Loncón me vio venir y se adelanto para presentarse. Todos eran Chilenos menos yo, y el mas joven de todos, casi un niño.
Tendría que ganarme su respeto si quería seguir trabajando entre estos hombres, acostumbrados a los rigores del mar y el clima hostil.
Me sentía extranjero, ya había tenido esa sensación en la planta de procesamiento donde todos los empleados menos el Gerente y el jefe de mantenimiento también eran de ese país .
Cuando “teiminemos con las champas via subir su equipo enseguidita po” me dijo con habitual tonada.
Al pasar por el faro Les Eclairs me pregunte si alguien viviría aún allí, no era mas que una vieja roca con algunos lobos de dos pelos en medio del canal, pero allí estaba el “Faro del fin del Mundo” como pomposamente lo llamaban.
Fumaba en cubierta y ya los hombres arrojaban las trampas a un mar picado y gris, entre gritos y ordenes del Patrón. El cielo encapotado, como lo vería casi siempre en los próximos años , el viento, y una pertinaz llovizna que pronto se transformo en nieve serían el marco para una inmersión para la que estaba muy poco preparado.
Jamás, ni en mis mas estúpidos sueños había fantaseado con la idea de bucear con equipo pesado, !claro que era buzo certificado! pero no con un equipo que tendría unos 30 años. Yo era buzo de escafandra autónoma. Conocía el sencillo funcionamiento de este equipo pero no tenia la mas mínima experiencia y me disponía a bajar con el y hacer un trabajo allí.
Loncón, quien sería mi “escudero” en la mayoría de las inmersiones futuras me pidió ayuda para subir mi equipo a cubierta, ya el compresor estaba allí. Subimos el traje de lona engomada que me parecía gigantesco, el peto, el cinturón de lastre, los zapatos y la escafandra de bronce que resplandecía a la tibia luz de un sol que se empeñaba en no salir.
Mi corazón palpitaba con ansiedad y terror al mismo tiempo.
Sentado sobre la escotilla de la primera bodega mi ayudante de borda comenzó a vestirme. Primero el traje abierto desde los hombros formando una sola pieza hasta los pies. Luego los zapatos de cuero y plomo, la anilla de cierre, el peto de plomo, los guantes y finalmente después de el ultimo cigarro la escafandra misma. Loncón abrió rápidamente la mirilla frontal y me sonrió, mientras conectaba los tubos y el cabo de vida, repasábamos las señales de cuerda con las que nos comunicaríamos mientras estaba en el fondo. Repasamos las válvulas de pera y la de emergencia, todas funcionaban bien y eran bastante mas suaves que lo previsto. Quince metros grito un marinero mientras los motores se detenían y se echaba ancla al borde mismo del arrecife. Muchas veces volví a pasar por allí y nunca deje de mirar aquellas rocas donde todo comenzó.
Con el mismo guinche fui elevado de la cubierta hasta que mis pies quedaron en el aire y lentamente puesto sobre el mar. Solo veía rocas y las olas contra el arrecife. Recordaba esas imágenes de grandes peces colgados de gancheras en algún puerto lejano. Como la de mi querido hemingway en el malecón cubano de algunos de sus libros.
Las poleas comenzaron a girar y ya no había
posibilidad de volver atrás, me estaba
sumergiendo rápidamente y por la mirilla de
no mas de quince centímetros un mundo
nuevo, majestuoso y desconocido pasaba
ante mi.
Al llegar al fondo apoye mis manos para no
perder el equilibrio, giré la cabeza para
observar descubriendo que no veía nada mas
que el interior de mi casco, Loncon me
preguntaba vía cabo si estaba bien, y ese
pequeño contacto con la superficie me
devolvió el alma al cuerpo. Un tirón corto, todo bien. Me afirme en el piso y comencé a llenar mi traje de aire, no me había dado cuenta lo pegado al cuerpo que estaba, eso me dio mayor movilidad, tenia mucho miedo de pasarme y subir como un globo lo cual podía ser terrible. Con cortos golpes de mi mentón fui inyectando el aire hasta sentirme cómodo y comencé a desplazarme hacia una gran mancha oscura que revelaba el banco de cholgas.
No sentía frío aún, mi corazón latía desbocado y solo ansiaba llegar hasta allí. Si hubiese estado usando un equipo moderno mi aire se habría acabado en quince minutos dado lo desbocado de mi respiración.
Al fin llegué hasta ellas y me tomé unos segundos para observar el paisaje. Sabia de la carencia de tiburones en estas aguas así que no tenia nada que temer salvo mi ineptitud o la de Loncón al proporcionarme el aire.
Gire el torso completo y luego mi pierna para no caer y lo que vi no olvidaré jamás, la arena se extendía a mis pies por mas de veinte metros hasta un muro azul profundo como nunca había visto, a mi derecha a unos 15 metros un frondoso bosque de algas gigantescas se elevaba del fondo hacia la superficie en perfecta armonía, ningún pez a la vista, solo algunos cangrejos amarillos.
El tirón de la cuerda me volvió a la realidad, tres tirones cortos, va canasto, conteste y por el cabo de vida lentamente bajaba el canasto y la barreta, mis herramientas de trabajo.
Con la barreta era relativamente fácil arrancar al molusco
de la roca, en ramilletes se deprendian para ir a parar a la
canasta de alambre que una vez llena enviaba a la
superficie y vuelta a continuar sacando.
No tenia forma de calcular el tiempo, habíamos pactado
una inmercion de dos horas y una parada de seguridad a
los 5 metros de 30 minutos. Mi ayudante de borda debía
ocuparse de eso, yo no solo dependía de la superficie por
el aire suministrado desde allí, si no también de mi
extracción ya que no es posible salir solo.
Seguí trabajando, cada tanto el tirón de cuerda de Loncón
me llegaba como.. un tranquilo todo esta bien . Cada tanto
cambiaba el aire que se saturaba de anhídrido carbónico
vaciando e inyectando aire nuevo. Pensaba en el ascenso,
no me podía sacar de la cabeza que era el momento mas
peligroso, había leído sobre golpe de ventosa y como el
cuerpo triturado del buceador salia por la manguera de
aire al producirse la rotura de la misma.
Tenia frio, ¿cuanto tiempo llevaba allí abajo?
Un nuevo canasto bajaba, me dolían los brazos y cada vez me costaba mas golpear las válvulas con mi mentón. Comencé a pensar en que estaba haciendo, había dejado mi vida en manos de gente que no conocía. El temor se empezó a apoderar de mi, miré hacia la superficie y claramente podía ver el casco oxidado del Angel B. Eso me tranquilizó, estaban allí, atentos a lo que precisara, listos para rescatarme si la daba los 5 tirones .
El canasto no volvió a bajar, tres tirones largos me anunciaron que mi labor había terminado y comenzaba el ascenso.
Pronto sentí que me jalaban por el cabo de vida, inclinado en 45 grados y boca abajo el fondo se alejaba de mi lentamente y mi traje comenzó a inflarse solo. ! La maniobra! Dios mio estaba olvidando la maniobra! Golpee a válvula con todas mis fuerzas para desinflar el traje pero esta no cedió, la volví a golpear y nada !la válvula de seguridad! ¿Donde esta? Aquí a mi izquierda, un giro y el aire escapaba hacia la superficie en grandes y hermosas burbujas. El cabo de vida se volvió a tensar, inyecté un poco de aire y trate de calmarme. Ya no sentía el frio solo quería salir a la superficie, juré que nunca mas bajaría con esta mortaja. Menti.
La media hora de descompresión duró unos cinco mil años, finalmente fui subido a la cubierta y extraído de mi mortaja. Mis brazos y piernas estaban húmedos y ni siquiera lo había notado. El gran jarro de café humeante rociado con un mas abundante whisky me devolvió la vida, los marinos me felicitaban mientras me mostraban el fruto de mi trabajo, una bodega llena de cholgas y el respeto de mis compañeros. Abrace a Loncón mientras me preguntaba con gesto de preocupación si había tenido problemas. Noo todo normal le mentí.
Volví a hacer solo dos inmersiones mas con ese equipo y lo radiamos, un buen traje y un hookah lo reemplazó. Si bien no podía permanecer tanto tiempo bajo el agua, la libertad que me confería este equipo hacia que empleara la mitad del tiempo para subir la misma carga y no dependía de nadie.
De cualquier forma considero que la vida me dio el privilegio de usar un equipo que hizo historia y que hoy esta guardado en los museos del mundo. JCR