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Territorio Nacional de la Isla Grande de Tierra del Fuego Antártica e Islas del Atlántico Sur.                                                                                                               Julio de 1977

 

Rescate de trampas de Centolla en el Canal de Beagle

 

Con el sol rojo del amanecer sobre el canal de Beagle en la frente y mi tanque al hombro subí a la embarcación amarrada al muelle de Ushuaia. El vasco Arregui tomaba mate en la timonera, gorro con escuditos y mate de guampa.

¿Donde vamos Vasco? , a Pto Almanza  tengo una línea de trampas atorada a unos 35 metros, hicimos todas las maniobras y no zafa, vas a tener que ganarte el sueldo.

El patrón de la lancha era duro como el pedernal, conocía cada arrecife y caleta y su barco como nadie, el llegaba cuando la temporada de pesca se habría, y luego volvía a Buenos Aires, pero allí estaba, con sus sesenta y pico de años firme como un atolón en medio del mar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Loncón era su mano derecha, un chileno petiso y morrudo de unos 30 y pico siempre dispuesto y confiable, el era el hombre en la otra punta de mi cabo de vida. Dos pescadores mas completaban la tripulación de La Cruz del Sur. Zarpamos

La mansa bahía , las Islas Bridges y al fondo la Isla Navarino, desde aquí se podía divisar el Glacial Martial en todo su esplendor.

El sol se escondió antes de llegar al faro Les Éclaireurs (los iluminadores) y como siempre, el paisaje se torno plomizo, mar y cielo, y sus aguas se encresparon al salir de la bahía.

Mientras los marineros preparaban las jaulas para el primer lance yo, jarro de café humeante en la mano, observaba la costa Argentina con sus extensos bosques de lenga y cohigue.  Bajaban por el faldeo de las montañas nevadas, como un manto de abrigo para esta tierra dura y desolada.

Este era el último territorio Argentino y sus aguas las mas heladas después de las Antárticas, era para un traje seco pero la pesquera solo me compro y después de mucho discutir un traje Mares de 8 mlm para descartar el viejo equipo pesado de escafandra que usaba mi antecesor.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Al pasar por Pto Remolino el vasco hizo sonar su sirena saludando a otro vasco viejo y loco como el, Urquizo, el encargado de la "estancia" de S.A.D.O.S le respondía con un disparo de un pequeño mortero que usaba para espantar los conejos de su quinta, y que solo disparaba una nube de humo blanco. Así estos hombres fronterizos se comunicaban con la primaria intención de saberse aún vivos.

El frontón de la Isla Gable se elevaba imponente en medio del canal, la navegación solo era posible a través  del paso Mackiley pero nosotros no iríamos mas allá.

Con el caterpillar de doce cilindros regulando, los marineros arrojaban por la borda los 100 metros de trampas de centolla, una cada 10 mts que llegarían hasta el fondo.

Yo revisaba el Narguile o Hookah que con sus 25 mts de manguera no me serviría de nada seguramente, pero quería estar seguro en caso de utilizarlo.

Mientras me ponía el traje en la cabina, sentí el ruido del ancla al deslizarse por la proa.

Equipado, le pregunte al Vasco cuanto había, 35 mts me respondió como si no fuera nada, ese era su modo, desestimar el riesgo, no darle importancia, esa era la única manera de trabajar en esto.

La pava de dos litros humeaba en la cocina, a mi pedido Loncon probó su temperatura y comenzó a llenar mi traje por la espalda, se sentía bien, como un baño caliente ante tanto frío y soledad. Lastre de ocho kilos, el pack con mi hermoso acualung y un regulador scubapro anticongelable, no existia el chaleco compensador y buceaba solo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mi fiel Loncón como escudero, ató el cabo de vida a mi cinturón de lastre y me lancé a las aguas de azul profundo. Por el cabo del boyarín de la línea comencé a bajar, quería terminar con esto lo antes posible, la opresión de encontrarme solo en la inmensidad siempre me había agobiado, pero esta desaparecía al contacto visual con el fondo.

Mi profundímetro de columna de agua no era seguramente el mas certero, pero no tenia otro. Me movía sin pensar, con la mirada fija en donde la arena surgiría mágicamente y en ese instante todo estaría bien. No quería mirar el profundimetro, pero lo hice, 20 mts y nada, mi luneta se empañó e hice un alto para limpiarla y observar la superficie lejana, al volverme, la silueta de la primera trampa con su carga de cangrejos apareció ante mi, unos 10 mts mas abajo. Miré mi relog solo habían pasado unos minutos y ya me parecían horas pero el alivio de ver el fondo no se por que me tranquilizaba.

Aun debía encontrar donde estaba enganchada la línea, así que comencé a recorrerla, sobrevolando ese mundo solitario, sin peces, sin rocas, como un gigantesco desierto sumergido donde la vida se niega a crecer, solo algunas estrellas violetas de gran tamaño, papas y arañas de mar con sus larguisimas patas, cangrejos y centollas atraídas por la carnada de las trampas.

Por la mitad de la línea encontré el problema, la línea se había atorado en un montículo que las algas no me dejaban ver. Era una enorme ancla, se encontraba clavada a la única roca existente allí y el cabo de línea de las trampas se las había arreglado para pasa por debajo de ella. El cabo se veía  muy deteriorado seguramente  por  los tirones que el guinche de la Cruz del Sur le había propinado.

Estaba muy tensado para poder desengancharlo, por la línea de vida  le di orden a Loncón para aflojar y al levantar mi cabeza tratando de ver la sombra del barco pude ver con espanto una orca que a unos cinco metros sobre mi cabeza me observaba con su enorme ojo. Estaba suspendida sobre mi, tal vez tratando de dilucidar si era o no un lobo marino, habitual merienda de estos cetáceos.

Todas las alarmas sonaban en mi cabeza, alguna vez había visto como estos enormes animales partían en dos a un lobo de dos pelos que pesa unos 400 kilos de una sola dentellada. Aferrado a la jaula mas cercana comprendía mi fragilidad, mire el reloj,

me quedarían unos 20 minutos de aire mas la reserva de mi válvula J y aún no había terminado el trabajo.

Solo fueron segundos para que llegara la segunda Orca y esta se fuese con ella.

Lo mas rápido que mis temblorosas manos pudieron quité la soga del atasco e hice un nudo sobre la parte mellada para reforzarla, de ninguna manera volvería a bajar si esta se cortaba.

Comencé a subir , no estaba seguro si  mi tubo alcanzaría para la recomprensión y me alegre de haber revisado el Hookah. A los 20 mts sobre mi cabo de vida tomado con un grillete y unos plomos colgaba mi regulador del Hookah que el bendito Loncón había hecho descender. Con la provisión de aire asegurada solo me restaba permanecer allí unos minutos mas. Observaba permanentemente mi entorno en busca de las orcas hasta que las vi ahora abajo mío acercando  su nariz a las trampas, pronto parecieron descubrirme y un temblor corrió por mi espina dorsal. Allí estaba yo, solo a merced de dos grandes orcas como una uva colgando de su racimo. Tuve el impulso de subir, sabia que podía hacerlo pero el solo hecho de perderlas de vista me horrorizaba. Estaba agarrotado a la línea de trampas y mis manos no me respondían.

De pronto ocurrió lo esperado, una de ellas se acerco a mi y se detuvo a escasos centímetros de mi cabeza, aún recuerdo su cara como sonriéndome, hubiese podido tocar su nariz con solo estirar mi brazo, no había en ella agresividad ninguna y comprendí que solo era curiosidad. Iba y venia hacia mi como jugando y en una de esas estire mi mano tocando su lomo, estaba extasiado, el tirón de mi cabo de vida me anunciaba el fin de mi parada, a tres metros me detuve para terminar mi descompresión mientras mis amigas aparecían y desaparecían en el muro azul del canal.

Mientras temblando de frío me quitaba el traje en la cubierta y comenzaban la maniobra de rescate, Loncón llegaba con un gran jarro de café caliente al que entre balbuceos le conté de las orcas y si, las habían visto y el estaba muy preocupado por mi pero el Vasco no quiso dar la señal de ascenso.

Ya repuesto después de la segunda taza de café con una generosa medida de Jack Daniels le reproche al vasco porque no me había hecho subir al ver a las orcas.

Me miró por sobre sus anteojos, quito su boca de la bombilla y me dijo que en todos los años que el llevaba en el sur, jamás una orca atacó a un buzo ¿por que me atacaría a mi?

Esa fue toda su explicación. Con el tiempo fuimos grandes amigos y aprendí de el todo lo que pude. Valla esta crónica para todos los que amamos el Mundo Silencioso. JCR

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