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Allí donde el Río Manupare se une al Madre de Dios se levanta Puerto El Sena una empinada barranca lo separa del pueblo mismo, sus aguas bajas en esta época se mantienen calmas mientras las barcazas transportan autobuses y camiones cargados de sueños y mercaderías de una orilla a otra de Pando.
Desde el río, una sucesión de embarcaciones de doble cubierta llama la atención del viajero, alternadas con los “peques” canoas de motor externo que utilizan los lugareños para desplazarse por el río y algún deslizador, como llaman aquí a las lanchas con motor fuera de borda. Arriba sobre la calle principal y única del puerto se levantan almacenes, humildes hospedajes y la barraca del Manutata probablemente el mayor acopiador de almendras del Sena.

 

                                                                                                                                                   

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

El día esta soleado y la selva que bordea el río se ve alta y saludable, los más de 30 grados en pleno Julio se hacen sentir,  pero en la costa en donde se encuentra amarrado mi hospedaje flotante se mantiene bastante fresco. Mi camarote se encuentra en la popa de la segunda cubierta del “Papi chulo”  al cual se accede por un pesado tablón que nos conecta con la costa y unas escaleras talladas en la tierra misma, no hay mayores comodidades en estas latitudes, pero esta bien, la espartana habitación esta acorde al lugar y a mi mismo, dos ventanas sin vidrios pero con mosquitero, una mesa de plástico y una cama de dos plazas completan mi mobiliario.
Sena no es un lugar turístico, es un lugar de paso, los viajeros de Riberalta, El Beni o Guajará en la frontera con Brasil deben llegar hasta aquí para cruzar el Madre de Dios con destino a Puerto Rico, Cobija, Brasil o el Perú, no hay otro paso, ellos bajan de los buses a la espera de que este aborde la barcaza y en las demoras desayunan almuerzan o cenan en los diferentes puestos y almacenes que por este motivo allí se encuentran, mazaco de maduro o yuca para el desayuno, pollo frito, jochi, frutas como la toronja, sandia, plátanos, mangos etc. servirán para que el viajero y su familia se distraiga en la espera y coman algo, en general allí nomás y de parado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En cuanto al pueblo, no hay mucho para destacar sacando el hecho de que hay en el, una delegación de la Universidad Amazónica que le permite a muchos seguir sus estudios en la zona  y que me fue de gran ayuda en lo personal ya que me prestaron sus PC para poder bajar mi trabajo a un disco rígido externo que llevo en mis viajes para guardar el material.
Sus anchas calles de tierra colorada, las tiras de tasajo o charque colgando de un alambrado para que el sol las seque, su gente amable y sus casas de madera y chapa similares a otros pueblos del Beni o Pando.
Antes de salir a la selva recorro los bares del lugar, son fuente de información medianamente segura,  el paisanaje me ve extrañado recorrer sus calles con un calor de perros desde sus hamacas a la sombra y rodeados de crios mientras las mujeres se ocupan de las labores cotidianas, ni perros ni pájaros a la hora en que el sol del trópico apreta  las calles de los pueblos, pero a mi nunca me sobra el tiempo y debo aprovecharlo.
Ángel y su mujer tienen un puesto de comidas al costado mismo de la barranca y a pocos metros del río, lo construyeron de apuro y con el enojo de su vecino que muro de por medio intenta empujarlos, pero ellos están dispuestos a luchar por su lugar en el puerto y un futuro que compartir con sus pequeños tres hijos, son jóvenes, tal vez demasiado jóvenes para sus tres crios pero así es la vida en el Sena.
Arrodillada junto al mortero la mujer de Ángel machaca con fuerza la yuca frita con sal, queso y huevo que se convertirá en mazaco de yuca para el desayuno.
Una única mesa y dos largos bancos de madera son el mobiliario de este puesto, allí sentado estoy esa mañana temprana esperando mi desayuno mientras Ángel fue al almacén de ramos generales a conseguirme un poco de café que ellos, los locales, rara vez consumen.
El movimiento del puerto es escaso en esta época en que la castaña no se cosecha y sacando el ir y devenir de los micros de tropa, como llaman a las empresas de autobuses y algunas barcazas que traen graba extraída del río para descargar, no hay mayor actividad, los lugares de comida se encuentran abiertos pero vacíos, los hospedajes que albergaran a las familias que de noviembre a Abril se internaran en la selva para la cosecha de la almendra hoy están desiertos.
La llegada de un pescador con un hermoso surubí de unos 8 o 10 kilos me saco de mis pensamientos, llegó para ofrecerlo al puesto a unos 180 bolivianos lo que me pareció caro pero después por comentarios llegue a la conclusión de que ese era el precio normal  un hombre que allí estaba desayunando lo compro.
El Manupare es un rió generoso, en sus aguas viven especies como el surubí, mandubí pacú, piraña, sábalo, cachalote o machete de exagerados colmillos y la curvina o corvina de río  roncadora que puede oírse a trabes del eco amplificado que el bote de madera reproduce en el río. Aquí aun se puede vivir como cazador y recolector y si bien los pobladores suelen tener su “chaco” o rosado de guineo o yuca y trabajan en ello, gran parte de su economía proviene de la selva misma y la madre natura.
Eynar, mi guía local me pasaría a buscar a las 08,00hs pero esto es Bolivia y yo sabia que eso podía significar las 10,00hs o mas  no obstante estaba un tanto ansioso de comenzar mi expedición por las costas del Madre de Dios la exuberante selva que alcanzaba a ver desde el puerto y los informes que había recabado sobre Antas y Tigres en la zona junto con los buscadores de oro, modernos garimpeiros del Madre de Dios me impulsaban hacia la selva y el río.
A las 9,30 llegó Eynar con un rifle colgando de su hombro y algunas botellas de agua,
de porte mediano y unos 45 a 50 años mi guía era todo lo que podía desear, amable y predispuesto me condujo hasta la embarcación en la que pasaríamos la mayor parte del tiempo recorriendo las costas del Madre de Dios y el Manupare , el tenia un chaco de guineos a una hora de allí y en esa zona comenzaríamos a explorar la selva en busca de rastros frescos .
El abrazo de la selva de Pando fue feroz, el extenuante calor y lo duro del terreno me dejo exhausto tras cuatro horas de caminata abriéndonos camino a fuerza de machete, difícil rastrear en este suelo duro, un rastro fresco de chanchos del monte nos llevo aun mas allá pero no pudimos dar con ellos, miraba extrañado esta selva sin los familiares cantos de los pájaros y el húmedo aroma de las plantas, todo era quietud y silencio como si algún depredador anduviese por allí  y si, así era, el mas temido por todos, nosotros mismos. La cercanía con el pueblo hacia que los animales en este lugar  no se manifestaran lo que claramente significaba que este, era un lugar de caza.
Al regreso le manifesté a Eynar mi inquietud y el asintió explicándome que los pobladores solían salir a cazar algún jochi  ( Dasyprocta variegata) por estas zonas y que tendríamos que irnos mas lejos.
Así recorrimos por una semana los dos ríos fotografiando fauna , visitando a pobladores antiguos de la selva  que me fueron relatando sus experiencias de tantos años . Por allí pasaban los tigres me contaba un poblador de 85 años bien llevados señalándome no mas de tres metros de la puerta de su Pahichi mientras su esposa nos acercaba una jarra con jugo de toronjas, pero hace unos años tuvimos un gran incendio y los animales recién están volviendo.
Cientos de mariposas multicolor se agrupaban en las costas para libar la sal que en estas queda al evaporarse el agua y las grandes iguanas verdes se asoleaban en los barrancos del Madre de Dios mientras navegábamos hacia las barcazas de los buscadores de oro que envenenan el río con el mercurio que utilizan para aglutinar las pequeñas pepas del preciado y maldito metal.
Pronto volveré a las selvas de Pando, esta vez en busca de los Araonas que viven a unos cinco días río arriba del Manupare pero esa es otra Historia. 
 
 
                                                                                                    Juan Carlos Ronchieri
                                                                                                   Fotógrafo y Naturalista

El Sena - Pando - Amazonia Boliviana

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