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La Selva

es Mujer

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La selva es mujer, indiscutiblemente. Su salvaje belleza, su narcotizante aroma, su calor que envuelve y abraza para luego darnos la frescura de sus vertientes, nos alienta, sacia nuestra sed, condiciona nuestros pensamientos a remotos paisajes de animales extraordinarios y follajes impenetrables.

Nos cubre por la noche con su manto negro y fresco, lleno de sonidos misteriosos y movimientos furtivos. Nos sorprende, nos da todo, nos exige todo, y como toda mujer de belleza extraordinaria puede consumirnos en el fuego abrazador de su pasión, puede ahogarnos, puede extenuarnos en su abrazo, edén o infierno verde. Las pasiones se agigantan en este trópico, donde las ideas más insólitas toman por asalto nuestro pensamiento… y como en muchos casos, la deslumbrante belleza de una mujer, se convierte con el tiempo en su más terrible desgracia. Hacia ella van los hombres temerarios, con sus hachas y armas a tratar de robar un poco de su belleza, a poseerla en vez de amarla, a someterla en vez de conquistarla, a destruirla y destruirse a sí mismos en el acto mismo de la violación consumada, en el grito de los hacheros, el rugir de las topadoras o el disparo del cazador furtivo. La vida y la muerte en un solo paso, la belleza máxima, el horror incontrolable: la selva.

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