Navidad
Austral
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Apenas asomaba el sol por el canal de Beagle cuando salí de Las Goletas, un pequeño hotel que tenía la Flia. Beban en la costanera de Ushuaia, en el entonces Territorio Nacional de la Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur. En mi bolso llevaba el regulador scubapro anticongelable, único componente de mi equipo de buceo que no dejaba en ningún lado. El resto ya estaba a bordo de la Cruz del Sud desde el día anterior. Me detuve un segundo para encender un cigarrillo mientras observaba el viejo "Ictus" un antiguo remolcador chileno que escorado, casi frente al Hotel, le servía para anidar a las grandes gaviotas cocineras. Tras él, las cimas siempre nevadas de la Isla Navarino.
Apuré el paso. El vasco Arregui, patrón del barco, ya estaría en el puerto junto con los marineros preparando las trampas de centolla para arrojarlas por el camino. El puerto estaba vacío, a no ser por un cargamento de lana enfardada, que a pesar de encontrarse cubierta dejaba su rastro de lanolina como un tinte de sangre a su alrededor. Loncón, 1º marinero de la embarcación, acomodaba las trampas, adujaba cabos, y aseguraba boyarines mientras el vasco en la cabina le echaba agua al matecito de hasta de toro que utilizaba para la infusión. El hombre tendría unos cincuenta y pico, bien plantado y de buen carácter. Era para mí, a mis 20 años recién cumplidos, todo un referente en lo que al mar del sur se refiriese. El vasco la tenía clara, conocía el canal como nadie y yo estaba dispuesto a aprender de él todo lo que pudiese.
-Buen día, buen día- me dijo estirando en su mano el amargo. Nada como un buen mate para calentar las tripas- me dijo sonriendo; asentí y fui a dejar mis cosas a recaudo. -¿en cuánto salimos? -Ahora nomás, ayudáme a poner en marcha el motor, bajé a la sala de máquinas y el olor a gasoil me golpeo en la nariz, mientras él le echaba éter en aerosol yo le daba manija a un motor naftero que funcionaba como arranque del glorioso Caterpillar 12 cilindros en línea que empujaba a la Cruz del Sur hasta el mismo infierno si era preciso.
-!Suelten amarras!- y ya la proa encaraba serena las oscuras y profundas aguas del Canal de Beagle . . Nos dirigíamos a Pto. Harberton; era el 22 de Diciembre de 1976 y la temperatura no llegaba a los cinco grados.
Poco a poco las nubes fueron cubriendo el cielo y el mar antes azul se tornaba gris y encrespado, a la altura de la Estancia el Túnel se hizo el primer lance, primero el boyarín y tras él, las diez trampas de gran tamaño y peso serán lanzadas por la borda mientras el barco gira en abierta media luna; todo debe estar en su lugar. Un cabo mal adujado podría producir un desastre, arrojar un hombre al agua o incluso hundir la embarcación. Este no es trabajo para aficionados sino para duros hombres de mar.
Repetimos la maniobra hasta que ya no había trampas en cubierta y poco a poco fuimos arribando a Puerto Remolino. Una pequeña Estancia que S.A.D.O.S. tenia por esas latitudes y estaba regenteada por otro Vasco de apellido Urquizo. Cuatro vacas famélicas paseaban por la pampita que Dios había tenido el decoro de dejar en medio de tanta roca viva, un rancho más o menos acomodado, un galpón y una densa columna de humo que flotaba sobre la salida de la chimenea anunciaba que el encargado se encontraba allí.
Los hombres se saludaron con un abrazo y fui presentado. Pronto pasamos al interior del rancho donde la ginebra esperaba.
El Vasco Urquizo se había hecho famoso en todo el territorio por un hecho anecdótico que casi anticipa la guerra con Chile. Por esos años, la Argentina y el país trasandino discutían fogosamente por tres islas peladas que se encuentran en la boca del canal, la Picton, la Nueva y la Lenox, tres pedazos de roca que no valían la sangre de un cristiano, pero que estratégicamente reconozco, podían tener algún valor. En los años venideros la discusión fue empeorando hasta llegar al borde de la guerra.
Pero la cuestión es que ya, a esa altura, los ánimos estaban caldeados y las torpederas Chilenas patrullaban su lado del canal al mejor estilo Vietcong, mientras que la Base Naval de Ushuaia no tenía un miserable barco de patrulla, y la Prefectura Naval tenía dos a saber, una "la insípida" porque jamás se movió salvo por la marea y la LP 25 la "insólita " ya que arrancaba cuando quería. Ya después sí llegarían enviadas por el estado Nacional dos torpederas "La Intrépida y La Indómita "para custodiar las aguas territoriales, pero mientras tanto se encargaba de ello el Vasco Urquizo.
La Isla grande es la capital del conejo salvaje, estos se crían y reproducen por doquier y en esos años eran considerados una verdadera plaga, imposible de dominar. Estos simpáticos animalitos son la pesadilla de cualquier agricultor, en una tierra tan difícil, donde el suelo es de roca sólida, y las raíces se esfuerzan por aferrarse a la vida. El Vasco les tenía poca paciencia. El sólo quería cultivar algunas plantas comestibles para su beneficio en una huerta que había armado atrás del rancho, pero los conejos, no estaban de acuerdo en esperar a que la verdura creciera, y se la pelaban apenas afloraba a la superficie. Probó de todo pero nada surtía efecto hasta que encontró un viejo mortero en el galpón de la hacienda, lo acondicionó y se hizo traer de la base pólvora y detonadores.
Cuando el sol caía y los conejos comenzaron a invadir su huerto, el Vasco les mandaba una andanada de clavos y porquerías que había encontrado revolviendo el viejo galpón y, entre el humo y el estruendo causado por el mortero no quedaba un conejo a la vista como por una semana.
Bien, a todo esto, al Vasco no le caían bien los chilenos, los llamaba "chilotes" despectivamente, como los mismos hacen con los habitantes de la Isla de Chiloé, y el asunto de ver pasar a la torpedera Chilena a cada rato lo estaba poniendo de mal humor, así que no tuvo mejor idea que trasladar el mortero espanta conejos a la punta del muelle y taparlo con una lona. De allí a dispararlo cuando pasaba la torpedera, fue una mezcla de aburrimiento, ginebra y patriotismo.
-¡!!!Chucha e su madre cabro!!!! Que nos disparan de la costa Argentina- gritó el primer oficial de la nave de Puerto Williams mientras con sus binoculares observaba la inequívoca columna de humo que se elevaba desde el muelle del Vasco, acompañando el estruendoso cañonazo.
Varias veces en los subsiguientes días el Vasco repetía la ofensiva, que aparte de molestar a los chilenos obviamente mantenía a los conejos a kilómetros de distancia y a él más lejos del aburrimiento.
La base Naval Chilena protestó enérgicamente por el ataque sufrido a sus naves y la Base Naval Austral Argentina tuvo que explicar que sólo se trataba de un Vasco loco que espantaba conejos con un mortero. Algún oficial de pocos años intentó darle al Vasco una reprimenda. El hombre, curtido por una vida de soledad y montaña le sonrió y se alejó con paso cansado, dando media vuelta para mirar al oficial y seguir riéndose ahora a carcajadas.
Faltaban algunas horas para que oscureciera, la cruz del sur se encontraba amarrada a los restos del A,R,A. Buque Sarmiento que se encontraba hundido del través hacia la popa y totalmente oxidado, pero que por su gran porte unos 70 mts. nos daba buen reparo como fondeadero. Llegué hasta él con la chalana y vi que los marineros andaban por la cubierta en declive del barco hundido. -¿qué hacen?- le pregunté a Loncon. -Buscan huevos de gaviota para la cena- me respondió. Al ver que preparaba mi equipo de buceo preguntó con su típico acento -¿vai a bajar ahora?- -Sí, asentí. Le voy a echar un ojo a la popa que no debe estar a más de 15 mts. –Mira, no te conviene bajar aquí cabro.
-¿por qué?- pregunté. -¡es que puede ser peligroso! Bucear en estas aguas es siempre peligroso- -Loncon no te preocupes sólo es un paseo. Ningún paseo, cabro, que vive un pulpo muy grande en este barco, muy grande! La superstición de los marinos es conocida en todo el mundo y aquí no era menos, no había visto un miserable pulpo en todas mis inmersiones así que desestimé la recomendación y me arrojé al agua por la borda. La temperatura del agua se mantiene a dos grados en general, en el momento en que mi traje húmedo de 1/8 se inunda siento como si miles de alfileres se clavaran en mi cuerpo, pataleo en el lugar vigorosamente para calentar la película de agua que se forma entre el neopreno y yo, pataleo con mis antenales, como para salir del agua como un delfín, hasta que finalmente se hace soportable y me sumerjo, el agua clarísima como siempre me muestra la figura fantasmagórica del viejo guerrero del mar, habitado hoy por dientes de perro de mas de diez centímetros, algas calcáreas rosadas de delicadas formas y moluscos de todo tipo, sólo los pequeños pececitos rayados acuden a mí. No se ve otra forma animal, ni lobos ni nada que se mueva. Sigo sumergiéndome en busca de una puerta o rumbo por donde entrarle al gigante, mi linterna de dos baterías parece insuficiente para la densa negrura allí donde la luz del sol no llega, pero es la única que tengo. Bajo el agua la luz se comporta diferente que en la superficie, en un medio 800 veces más denso, donde la luz no llega no se ve absolutamente nada, y si introducimos una mano en la oscuridad esta desaparece por completo, más si penetramos un lugar oscuro; veremos con cierta dificultad pero veremos, sólo que hay que entrar sin ver.
La popa se encontraba enterrada en el fondo arenoso, algunos gruesos cabos de cáñamo aún se encontraban amarrados a su destino, pero al flotar surgían como serpientes marinas hamacadas por la marea junto con las gigantescas algas (Macrocystis pyrifera) de más de 10 mts de altura que con sus hojas flotantes forman extensos bosques en los arrecifes.
Por la banda de babor hallé una escotilla abierta y sin pensarlo mucho metí mi cabeza en ella; sólo alcanzaba a ver una parte iluminada e irreconocible. Dentro del buque reinaban al igual que afuera los crustáceos; moví mi linterna y asegurándome la salida entré al buque; algo me rozó y la imagen del pulpo de Loncon invadió mi razón; giré lo más rápido que pude pero únicamente lograba ver a menos de un metro y sólo lo que el haz de luz iluminaba formando un tubo perfecto.
La corriente interior del buque me llevó unos metros hacia atrás y al girar la manguera del regulador se enganchó en algo y se salió de mi boca. A este punto estaba casi aterrado, estiré mi mano al robinete del tubo y lo seguí hasta la boquilla, lo introduje en mi boca y soplé para quitar el agua y pegar un buen aliento, salí de allí lo mas rápido y calmadamente que pude. Finalmente el pulpo de Loncon había logrado su trabajo, el de preservar de curiosos la tumba del Monte Sarmiento.
En la mañana seguimos viaje hacia puerto Almanza, donde debíamos dejarles víveres a los pescadores de la Empresa Lapataia para la cual trabajábamos. Aprovechando la marea tranquila el Vasco cebaba mate mientras yo timoneaba la Cruz del Sur, que se deslizaba sobre la espuma de las olas con el sol de frente y las gaviotas a popa en ruidoso griterío. La brillante esfera de cristal de la rosa de los vientos fijada firmemente a la derecha del timón, me daba el rumbo a seguir corregido por momentos por el patrón; así arribamos a destino y desembarcamos para los acostumbrados saludos a esta gente que vive aislada por varios meses. Hay aquí un destacamento de la Prefectura que realiza avistajes de embarcaciones y aviones en la zona, y supongo evita que estos hombres se maten entre ellos llevados por la soledad, el confinamiento y el rigor al que están sometidos con un clima extremo la mayor parte del año. Estos pescadores realizan su trabajo en balleneras con viejos Mercurys fuera de borda lanzando las trampas y levantando a mano, para luego guardar la pesca en viveros acondicionados para ello, dado que la centolla al igual que la langosta debe mantenerse viva hasta su faena. Pescan entre la costa y la isla Gable cuyo frontón, una pared recta de unos 80 mts. de altura se encuentra justo al medio del canal, dejando vía navegable sólo al oriente por el paso Mackinlay. Tuve oportunidad de bucear en este lugar en un viaje posterior viendo allí gran cantidad de centollas, inclusive en las paredes laterales de una fosa de unos 25 mts.
Partimos hacia nuestro destino al que arribamos al medio día, y luego de almorzar, cargamos unos corderos ya faenados en la estancia Harberton, donde me sorprendió ver que los pastores andaban montados y en general armados, al preguntar por qué sólo me dijeron que por los perros, -¿Qué perros?- pregunté, -Los cimarrones- fue la respuesta.
Luego de asegurada la carga en la popa para que no molestase a las maniobra de pesca que nos esperaban al regreso, zarpamos, el tiempo estaba empeorando y debíamos llegar para el día 24 a pasar la navidad con nuestras familias. Nuevamente recalamos en Pto Almanza donde pasamos la noche del 23 festejando anticipadamente, y cordero de por medio junto a los pescadores residentes y los prefecturianos. Cabe destacar que para ellos fue una fiesta ya que no se permite llevarle en los víveres, ningún tipo de bebida alcohólica, ni siquiera alcohol fino medicinal por razones que creo sobra describir, pero el Vasco tenia una reserva considerable en el barco que compartió con todos dada la fecha.
La noche se hizo larga y salimos tarde, la mar gruesa, hacia el trabajo de levantar las trampas más lento y peligroso, con nuestros equipos de agua puestos luchábamos a brazo partido para mantener la embarcación al garete con el motor en marcha para corregir rumbo, el mar golpeaba las bandas en olas que barrían la cubierta amenazando arrojarnos al mar mientras crujían las cuadernas de la Cruz del Sur y Loncon en el guinche elevaba las líneas de 100 mts. y diez trampas, una por una para volcar su carga de rojos cangrejos sobre la cubierta, a lo que otro marino las arrojaba a la bodega, limpiaba la trampa y las colocaba unas sobre otras para empezar de nuevo una y otra vez .
La faena era agotadora y los minutos de descanso entre una y otra línea una bendición, pero pronto se divisaba sobre el mar de plomo la pálida boya anaranjada bailando su loca danza sobre las olas y todo comenzaba nuevamente.
Enganchadas en las redes de las nasas llegaban a la cubierta, papas de mar, grandes estrellas violetas, algas calcáreas rosadas como hermosas flores, arañas de mar con sus larguisimas patas tubulares como lapiceras, fantásticas estrellas sol antárticas de casi cien brazos, pequeños tiburones abismales negros de ojos verdosos. Tanto para investigar y tan poco tiempo, la cubierta era un campo de batalla y no había tiempo ni espacio para otra actividad que no fuese la pesca.
El viento había despejado las nubes en la cordillera y los rayos de un tímido sol alumbraban las cumbres nevadas, pero se hacia difícil admirar el maravilloso paisaje con más de 10º bajo cero y un viento que nos obligaba a tomarnos de los cabos y bandas para caminar. Terminada la faena arribamos a Pto Remolino y al calor de la hoguera del Vasco Urquizo la ginebra sentó sus reales.
El mar se había calmado y ya era hora de partir rumbo a Ushuaia, lentamente todos embarcamos y zarpamos rumbo a casa, pensaba en mi flamante esposa lejos de todos sus seres queridos, sola en aquel pequeño hotel esperando mi llegada, los marineros dormían en las cuchetas y yo le cebaba unos mates al Vasco que timoneaba pausadamente una de proa, una de través zigzagueando las pesadas olas del canal de Beagle. Dos grandes orcas navegando con rumbo contrario pasaron a unos pocos metros mostrando sus lomos negros y brillantes perfilados por el blanco de sus flancos.
El mar se empezó a encrespar; no fue lento ni pausado, fue una ráfaga de viento sur que infló las olas como velas, y el mar se cubrió de corderos blancos en las crestas que ya alcanzaban los tres metros de altura, el Vasco dio un golpe de timón que giró la nave en vertiginosa y peligrosa escorada, Loncon asomo por la escotilla del puente fregándose la cabeza por el golpe al caer del catre ante la maniobra. -¿qué pasa?- preguntó. -Pasa que se puso feo. Vamos a tener que volver o buscar una rada segura- le contesto el patrón; El marinero asomó su rostro por la ventana; el mar era un caldero hirviente de olas que se entrechocaban en todas las direcciones, había empezado a nevar y el cielo se cerraba ante nuestro paso como una cortina blanca que sólo nos dejaba ver la proa castigada por las aguas embravecidas del canal, el mundo había oscurecido por completo, y a pesar de aun ser temprano la noche parecía envolvernos.
Vasco tenemos que llegar le dije, mi mujer está sola en el hotel, es la primera vez que pasa las fiestas fuera de su casa, sin su familia. El hombre me miró como midiéndome, ¿sabía este muchachito de escasos 20 años lo que le estaba pidiendo? ¿Qué importancia tenía para él la Navidad?, Estaba solo aquí; todos los años viajaba desde San Fernando para la pesca de temporada, en esos meses, vivía en una pieza que la pesquera le ofrecía lejos del pueblo; No es posible dijo mientras sacaba una botella de Jack Daniels y le pegaba un largo trago, volvemos a Pto Remolino, me estiró la botella y me negué. Pensaba en aquella mujercita sentada en la cama de una habitación más que modesta, con el corazón en las manos, escuchando por los corredores los preparativos para la fiesta, mientras la desesperanza crecía al saber que ya tendríamos que haber llegado y no tener noticia alguna, ¡Qué angustia! ¡Qué impotencia! -¡Vamos Vasco! Vos podés llegar. Nadie conoce el canal como vos, te lo pido por favor, emocionado casi hasta las lágrimas-.
El hombre me miró enojado; su rostro reflejaba la luz del compás que marcaba nuestro rumbo. Entonces, como con fastidio, me dijo; -¿Querés llegar? ¡Manejá vos!- y soltó el timón haciéndose a un costado para llegar al banco de la timonera; Me lancé sobre la rueda y me afirmé al piso de la cabina como quien quiere echar raíces, me aferré al timón como el naufrago a la madera y le grité con bronca !!Rumbo!! y el maldito Vasco Arregui, el navegante más increíble que he conocido en mi modesta vida, me tiraba el rumbo sin mirar la rosa desde el oscuro rincón de la cabina, mientras el borbón corría por sus venas y la noche tormentosa parecía que se tragaría a la nave que crujía a cada ola, una de proa, una de través, cuando las luces de las balizas se perdían en la oscuridad gritaba !!rumbo!! y el Patrón miraba la oscura noche antártica para regañar: ¡¡¡abrite al oeste estamos en aguas chilenas!!! La cruz del Sur recibía los embates de un mar que nos obligaba a hundirnos en el seno de sus olas y remontarlas gareteando para evitar la temida vuelta de campana. Una y otra vez con el corazón atragantado vi cómo las enormes olas caían sobre la cubierta y explotaban sobre los vidrios que me separaban de ellas, una y otra vez hacía fuerza con mis ojos para vislumbrar la luz de las balizas, ya no sabía ni qué hora era, ni dónde estaba; sólo sabía que debía seguir el rumbo del Vasco, que él me llevaría a casa mas allá de la tormenta, mas allá del miedo y la angustia. La ola nos golpeó de través y casi nos da vuelta; el guinche se soltó y golpeó fuertemente el bote salvavidas que se encontraba en el techo. El patrón se levantó y pego un grito: -¡Loncón! salí y amurá el guinche antes que deshaga la cabina- El marinero ni siquiera lo pensó, y con el equipo de agua a medio poner se lanzó a la cubierta en cerrada noche, mientras las olas todo lo cubrían y allí ante mí apareciendo y desapareciendo bajo las aguas, amarró el guinche y volvió sano y salvo. Yo no salía de mi asombro cuando la voz del Vasco me gritó casi al oído: -¡A toda máquina! y sin pensarlo empujé hacia delante la cromada manija del acelerador para escuchar el bramido del glorioso Caterpillar que ahora síi, trepaba las olas quedando su hélice en seco completo fuera del agua, partiendo olas como un rompehielos, crujiendo y maldiciendo, cortando aguas , nieves, vientos, alguien gritó: ¡La baliza! y tras ella, la inconfundible luz del faro les eclaireurs. Unos minutos más y las luces de la Ciudad más austral del mundo iluminaba mi corazón, el mar calmó su furia al entrar en la bahía y mientras bajaba la marcha miré mi reloj para ver que eran las 11 de la noche del 24 de Diciembre de 1976. La nieve caía mansamente, y fue una hermosa Navidad .
Vaya este recuerdo para el Vasco Arregui estés donde estés, que la Cruz del Sur sea tu norte, que todos los vientos te sean propicios, y sepas que este hombre ahora de tu edad entonces, jamás, jamás te olvidará, viejo y querido Lobo de Mar.